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27 de Abril, 2025 |
#Aguascalientes #tauromaquia
Por Román Revueltas Retes
(Milenio). Nadie sabe para quién trabaja. La alcaldesa de la suprema capital de todos los mexicanos, secundada por una corte entera de piadosos y buenistas vecinos, decretó que la fiesta brava no sea lo que siempre ha sido sino que en Ciudad de México tengan lugar corridas de toros rebajadas de dramatismo ?en versión light, o sea? y que al toro de lidia no le sean encajadas banderillas, ni que los picadores le suelten puyazos con la vara y, finalmente, que el matador ?ése es precisamente el término del torero luego de ser consagrado al tomar la alternativa? no lo mate ahí, en el ruedo sino, en todo caso, que lo electrocuten luego en un rastro municipal alegremente certificado (conjeturando, sin querer siquiera imaginar cómo ocurre la muerte de los animales ?los cerdos, las vacas, lo bueyes? en los mataderos, que ése, el de aniquilarlos con una potentísima carga eléctrica, es el método utilizado para la ejecución).
El tema es complicado, señoras y señores, porque estamos hablando, después de todo, del sufrimiento de un ser vivo sometido a diferentes maltratos, así sea que la lidia necesite de que el toro sea ahormado ?un término de la tauromaquia? por los picadores a caballo para sosegar su acometida, la de un animal bravo e impetuoso, y que pueda prestarse a la faena.
En lo que toca a la suerte de las banderillas, es un episodio de lucimiento, antes que nada, pero sirven también para avivar al toro despertando su furia pero sin llegar a debilitarlo.
La estocada final debiera sacrificar al bovino de manera fulminante pero eso ocurre muy raramente y en la gran mayoría de las ocasiones el matador debe intentar la suerte varias veces y, una vez que el toro ha doblado las patas, tiene todavía que introducirle la espada en el espinazo o dejar que un subalterno lo haga con una puntilla, el llamado descabello.
Estamos hablando de una práctica antigua que pervive hasta nuestros tiempos y que pareciera estar condenada a la desaparición. Lo paradójico es que cuando dejen de celebrarse las corridas desaparecerá también el toro de lidia, un ser magnífico, hermoso y de portentosa presencia. Y, miren ustedes, ningún animal, excepto los odiosos perros falderos de las millonarias neoyorkinas, disfruta de mejor vida en este valle de lágrimas: el toro saborea la más generosa libertad a lo largo de toda su existencia, recorre a su aire las praderas de la ganadería, recibe los más extremos cuidados y dispone, para su exclusivo placer, de un hato entero de vacas. Los enormes espacios naturales que los ganaderos dedican a la crianza de toros bravos son además muy beneficiosos para el medio ambiente, algo que los adversarios de la tauromaquia tendrían tal vez que valorar.
Y, bueno, en el escenario nos encontramos también los taurinos. El toreo, para nosotros, sería el arte del instante, ese momento fugaz, en una faena, en el que el tiempo parece diluirse ante la deslumbrante hermosura de un pase al natural ejecutado con el estremecedor temple de un gran matador. Hay ahí belleza, profundidad, emoción y, podemos decirlo, trascendencia, así sea que ese sublime relámpago quede plasmado nada más en nuestra memoria.
Más terrenalmente, el toreo es también una actividad económica y miles de personas se verán afectadas cuando los antitaurinos triunfen en su empresa de acabar con este noble arte.
Frente a las prohibiciones e impedimentos, una ciudad, Aguascalientes, se levanta como el supremo templo de la fiesta brava. Vistas las cosas, ya es la capital taurina de todo un continente. Un gran honor, vaya que sí, por los tiempos que corren...
Nota original