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19 de Marzo, 2024 |
#AMLO #4T #Desaparecidos #Buscadoras
Por Roberta Garza
(Milenio). Ceci Flores se plantó ayer afuera de Palacio Nacional para entregarle a López la pala con la cual desde hace años busca los restos de sus hijos. El mensaje que le lanzó al Presidente fue demoledor, sobre todo porque su reclamo central —la ausencia de gobierno, la omisión desde la autoridad, el desamparo en que estamos todos— ha sido la marca negra del sexenio, una que hemos normalizado hasta conformarnos con que el desempeño de la T4 abarque apenas un par de obras de ornato y propaganda mentirosa por las mañanas: “Yo le quiero entregar a él esta pala con la que he escarbado la tierra en diferentes partes del país, para que él también haga su trabajo … para que él sea el que se encargue de hacer la búsqueda, investigación y localización de mis desaparecidos, y no tenga yo que estar arriesgando mi vida constantemente en esta lucha, porque a él le corresponde”, dijo Flores. Y siguió: “Esta pala nunca debió estar en mis manos, ni debió sentir los huesos romperse de los cuerpos que ha desenterrado. Tome el mando, Presidente, hágase cargo de los desaparecidos”. Por supuesto que el presidente humanista ni siquiera la dejó entrar, rebasando incluso sus peores salidas al recetarle un displicente “que me la deje allí”.
Jamás he entendido ese afán de López Obrador de mostrarse resentido y pequeño, como si se lo hubieran puesto de tarea, incluso cuando lleva —o llevamos— todas las de perder. Allí está el NAICM, donde hubiera podido hacer una buena barrida anticorrupción, apropiarse del proyecto y cacarearlo hasta el cansancio. Hoy tendríamos todos un aeropuertazo de clase mundial con su nombre y su firma en la placa, pero López nomás no pudo: fue incapaz de dejar siquiera el mínimo rastro de sus antecesores allí, y su inseguridad, que entonces nos costó carretadas de lana, hoy nos sigue acarreando desesperanza, pobreza y violencia.
Porque el asunto es que al elegir a López Obrador le entregamos el país a alguien que es incapaz de mirar más allá de sí mismo, de ocuparse de nada más que de su frágil imagen. Estremece que, a meses de dejar el cargo, Flores le deba recordar al tabasqueño la razón para la cual lo pusimos allí: tome el mando, Presidente. Ocúpese de un crimen organizado que nos acogota y cachetea, de la corrupción endémica en su administración, de poner en alto el nombre de México ante el mundo, de estudiar y resolver nuestros problemas reales, de fortalecer a las instituciones, de elegir a los mejores y más capaces, en vez de a los más sumisos y agachados, para construirnos la prosperidad y el país que queremos y que debemos tener.
Es demasiado tarde para esperar algo de López Obrador. Pero no lo es —apenitas— para entregarle ese mando a alguien distinto. ¿Ya mencioné que el aludido y sus adláteres, como nunca desde el viejo PRI, han minado sin pausa y sin tregua a nuestra incipiente democracia para eternizarse en el poder? Si esto fuera poco, los mexicanos no deberíamos conformarnos con tener de representante máximo a quien trata con esa insensible arrogancia a una madre buscadora por el mero hecho de exhibirlo en su fracaso.
Por piedad.
Nota original
MILENIO